Era un tipo singular,
lo recuerdo claramente,
tratando de conciliar
su pasado y el presente.
Contaba, una y otra vez,
las mismas viejas historias
de cuando fue coronel
y de sus pasadas glorias.
Comenzaba a platicar
y se callaba de pronto
(yo pensaba que era tonto)
le fallaba la memoria
e intentaba recordar
lo que nos venía diciendo.
Su vida ya estaba atrás,
en otros pasados tiempos
que no logré comprender,
tan distinta del momento
feliz de nuestra niñez.
Tenía un carácter feroz,
pero en su temperamento
brusco, colérico, atroz,
era dulce con sus nietos
y nos prodigaba amor
y mil pacientes consejos
(cosas propias de los viejos)
con ternura y con fervor.
Yo no lograba entender
de qué planeta venía,
pues todo cuanto decía
no tenía nada que ver
con nuestro mundo presente,
pero era buena gente
y lo llegamos a querer.
De repente, se "eclipsó"
de nuestra diaria rutina
y, desde el día en que murió,
la casa no fue la misma;
su silencio entristeció
a mi madre, en la cocina.
Abuelo: el día de hoy
quiero rendirle homenaje
a ese curioso personaje
responsable, en gran medida,
de que al paso de mi vida
llegué a ser lo que ahora soy.-
Eduardo Ritter Bonilla.