Oiga, tengo tantas cosas que hacer que miro el reloj tres veces en un minuto y veo que cada vez el tiempo me alcanza para menos. Pero... espere, no es el tiempo lo que me preocupa. No es el desayuno ni el almuerzo ni la comida. ¿Qué es?... no es el idioma, no son los viajes al sur ni al norte, no es la clase de siete, ni siquiera es el maldito profesor, ni siquiera es un nombre. No es no fumar, no es no tomar, no es no llegar, no es llegar. De hecho, parece ser que no me preocupa nada. Pero... espere, no se vaya todavía. Si se va, me preocuparía de verdad. O si quiere váyase, ya. De todos modos no me preocupa, no me interesa presionar, ni dejar de hacerlo. No me preocupa ver a alguien hoy y dejar de verlo cincuenta y un días. Es más, ni siquiera sé que es preocuparse. No sé qué hora es, no se si hoy he tomado tinto, no sé si quiera irme ya, no sé cuántos años tiene, ni cuantos quiero que tenga, no sé hablar francés, ni siquiera sé hablar español, no sé qué estoy haciendo. Como no sé nada, no me preocupa nada. Pero... espere, no se vaya. Ya sé que quiero que se quede y por algo se empieza, ¿no?. Si ya sé algo, usted me puede enseñar lo demás, por ejemplo a preocuparme. Y mucho más, de verdad.