Bajo el manto sagrado

Entre púlpitos de sombra y altares de mentira,

se tejen dogmas con hilos de ambición.

Las manos que bendicen, las mismas que hieren,

guardan silencio ante el grito del corazón.

Libros sagrados, dorados de olvido,

dictan verdades que el tiempo desgarró.

Mientras el pobre ofrece su último trigo,

el templo guarda monedas de dolor.

Veneran santos de barro y resina,

maldicen al que no sigue su ley.

Pero en la noche, la luna ilumina

secretos que esconde la cruz de un rey.

Hablan de amor con gargantas de espinas,

juzgan al débil, absuelven al poder.

Sus dioses mueren en fábulas vacías,

y en su lugar solo queda el deber...

de alzar murallas con nombres divinos,

mientras la fe, en su pecho, es un hueco.

La verdad no se escribe con caminos

ni se ilumina quemando al pecado.

Si buscas luz, mira al mundo herido:

la vida es río, no un fúnebre credo.

La pureza no está en lo que has vestido,

sino en las manos que alzan sin miedo.

La hipocresía no es fe, sino herrumbre

que corroe el alma y disfraza su escudo.

Dios, si existe, no cabe en costumbre:

late en el aire, libre, profundo y desnudo.*