Cántico de la Doble Llama

No temas al lobo que llevas en la sangre,

ni al ángel que se quema en tu mirar.
Eres el bosque donde duerme el trueno,
y el jardín donde brota el respirar.

La luz sin sombra es un desierto ciego,
la sombra sin luz, una tumba sin flor.
En el río que corre, el cielo y el abismo
se abrazan sin odio ni rencor.

Mírate: semilla de estrellas y de lodo,
arcilla moldeada por vicio y virtud.
El mismo sol que enciende tus mañanas
teje también la noche en tu quietud.

¿Acaso el roble reniega de sus raíces
por beber de la tierra oscura y fría?
¿O el mar rechaza las tempestades
que le enseñan canciones de armonía?

No eres ni cisne ni cuervo, sino el vuelo
que ambos dibujan en el mismo azul.
La herida que sangra es la que te nombra,
y la cicatriz, tu mapa de luz.

No escuches al que grita: "¡Sé perfecto!",
como si la luna negara su eclipse.
La vida no es un altar de purezas,
sino un rito de grietas y relámpagos.

Abraza al niño que llora en tu cueva,
y al demonio que ríe en tu verdad.
Solo quien besa su propia contradicción
conoce la paz de la eterna unidad.

Porque en el fondo, somos el poema
que escribe el caos con tinta de dolor,
donde cada verso oscuro es necesario
para alumbrar el próximo amor.

Así que deja que arda tu doble llama,
que el fuego y la ceniza se acaricien.
Solo quien acepta su noche infinita
puede bailar con todos los astros del día.