De caminos empedrados, puertas abiertas, la paz que se ha de respirar. Como las gotas de agua, las que caen en las noches, en las tardes, todo el día. Los adornos de colores en el cielo... la libertad discreta.
A lo largo y a lo ancho, figuras desesperadas entre montañas y nubes... volando.
De los momentos perfectos, los acompañados, los deseados, los eternos. El frío inclemente y el sabor de una hierba con agua caliente.
A las dos de la mañana un abrazo madrugador, un desayuno afanado, sin contar ni con tiempo ni con sol.
De las cosas que poco importan, de las que sí y mucho, rostros y rosas irreconocibles, ¿y qué se le va a hacer? Así es el lugar, ese tan bien contado. Y así ha de terminar... amado.