Cuando todos duermen, me despierto en medio de sueños,
Arañando la puerta de mi dormitorio.
Bajaban las temperaturas. cómo la huella del viernes,
Que se envuelve en un trozo de tela viejo,
Emanando un olor muy raro
Sobre la superficie gris y arrugado de las manos.
Todo parecía plomo, al incorporarme de la cama.
No sé cómo, los días se pierden en una nube dulce,
Sobre las olas del viento
Que golpean las desnudas ramas de los sauces
Los cristales de las ventanas.
Siempre decía aquello; tenía una dislexia bastante grave.
Las pastillas que tomaba para ponerme el pijama.
Me ponía a estudiar el alfabeto romano,
Escupiendo y haciendo creer a los demás,
Ver una serpiente de agua.
Adopte un ritmo onírico, imagen por imagen;
Los ojos miran al tan azul del cielo,
Que las gotas de tamaño de monedas
Salpican la tierra apoyando los codos,
Y me arrojo al suelo para examinar las heridas,
Para escuchar, los pasos de ecos,
El oír de mi pulso.
Las cosas pequeñas. Se magnifican y resaltan con una claridad dolorosa.
Me quede, en la curva del oscuro cristal,
Observando al fantasma de mi propio reflejo,
Con sus silbidos de polvo de nieve,
Susurrando al oído, formando pequeños
Remolinos en el suelo.
Imaginé que cogía su mano, y que.
Noté el rápido pulso en su delgada
Y desnuda muñeca, bajo mis pulgares.
Me quedé en silencio, improvisando al sueño
Con la nariz roja y las orejas heladas,
Durante más de cuatro horas.
Y todo, para no despertar.
Nunca había visto aquella parte de la ciudad. Ella me arrastro a verla.
Eché un vistazo al interior, y jamás ni un solo testigo.
"la próxima vez entra sin llamar"
Al final de una escalera de hierro,
Desapareció sin pronunciar palabra.
Una ventana enorme divisa al horizonte,
Un río y cuatro casas de oxidada madera.
Un bidón de aceite viejo, la mesa de caballete
Llena de papel de lija
Y herramientas de carpintería,
Clavos, envoltorios de alimentos
Y colillas de cigarrillo.
Al final de la escalera de hierro
El mugriento pomo de latón
De una enorme puerta.
Jamás ni un solo testigo.