No hay quien le escriba su epitafio
Alarido tenía 25 años cuando en hombros lo llevaban a enterrar. El año anterior había concluido el octavo ciclo de estudios en la
Universidad Nacional de San Cristobal de Huamanga, en Ayacucho. Era el segundo de tres hermanos. Quizá de 4 ó 5. El número exacto
nunca se dejó confirmar. Alarido amaba a su Madre - Qué la amaba! La adoraba! - Lamentablemente fue una adoración - ( ... ) - como de cultos satánicos:
en secreto. - Valga la aclaración -. Alarido quería a su tierra. - Eso si era como de cultos cristianos - El no era Ayacuchano! El nació en un pequeño distrito, llamado Belén. El nombre del pueblo
se lo decía - orgulloso - a todo aquel, que por su procedencia preguntase. - A mí no! - Alarido amaba, además, a otra persona. Esa persona venía de tierras lejanas. Esa persona significaba el esfuerzo de cada su mañana. Esa persona era tanmbién su amor! Tanmbién su vida! No a todo el mundo le decía, cuando era preguntado, cúal era el nombre
de esa persona. - A mí sí! -
Yo fui su amigo!
Y ese día, recuerdo,
también el hombro testigo,
que su cuerpo,
en esa caja,
no fue peso compartido,
sino la raja,
que aún llevo conmigo.