Mi madre traía un manojo,
de lentas preguntas sin respuesta,
un vuelo invisible
de zafiros y topacios.
Mi madre sabía
que en el vuelo de las aves,
se escriben plagios en el viento,
y quejidos
agrietados en el tiempo.
Mi madre intuía esas cosas,
sin percatarse del río
ni de sus antiguos legionarios,
prisioneros en intensos oleajes.
Mi madre, rasgaba el tiple
en medio de la noche,
con un sollozo de plegarias,
y una serenata de luceros.
Debió cansarse de pedirle a Dios
un cincel
para erigir con lentitud de piedras
la estatua simple del silencio.