Sin claudicar el andariego está presente,
toda la memoria en él, aun resplandece;
consecuente, el llamado del amor obedece.
Es sumiso, a pesar de su aspecto es decente.
Él camina sin nombre, siempre impávido,
sin decoro transita por la senda corroída,
aún no se resigna al paso de la vida,
a pesar que sus rastros fueron borrados.
Sus gritos erantes a los bosques convergen,
cuando perdido está en el laberinto,
las hojas desnuda responde cual Corinto
con voces de los tiempo antaño, emergen.
Vestido con jazmines y rosas se presenta,
al llamado del amor, resigna su destino.
Pedregoso y desiguales fueron sus caminos,
de hinojo exhibe el gran corazón que ostenta.
Aunque sea una vez, desea ser querido,
una luz de esperanza en él se mantiene…
el corazón trémulo en su pecho se contiene,
que vibrara en libertad, hubiera preferido.