Vino a mí el océano todo, el relámpago tibio que respira amargo y cuenta al galope los pasos de la tortuga; vino a mí entero, todo nube y laberinto, como los vientos nobles que van siempre hacia abajo. Vino a mí el océano todo, la inmensidad que se me aproxima, bajo una ventisca negra, moribunda y diciendo sí. Vino a mí el océano todo, como tormenta sedienta, en silencio, nadando entre sus malabares de círculo y de precipicio; vino a mí, que soy desierto, cuando caminé descalzo sobre la ternura ósea de mis pasos, vino cuando yo era sólo un grano de arena. Vino a mí el océano todo, vino a mí el océano todo; vino a mí el océano todo…