Cuando mi Alma atormentada
No arrastre a mi odioso Cuerpo
Y en las ignotas regiones
De lo infinito y lo eterno
Se abran para recibirla
Las Zahúrdas del Averno,
Si aquí abajo, unas Campanas
Me dieren su adiós postrero,
Respondiendo a los adioses
Que otras bocas no me dieron,
Algunos, quizá, al oírlas,
Se digan: “alguien ha muerto”.
Y cuando me lleven ya,
Camino del Cementerio,
Los que presencien el paso
Del funerario cortejo,
En vez de orar por mi Alma
Un piadoso Padrenuestro,
Por todo duelo dirán:
“Que espere allí mucho tiempo”.
Y, por fin, al otro día,
Mientras se pudran mis huesos,
Las huellas que dejé en vida
El olvido habrá cubierto
Y nadie recordará
Que hay en el Mundo uno menos.
¡Qué negro lo veo todo!
¡Todo, Dios Mío, qué negro!
Y todo, todo Dios Mío,
Todo, porque no te veo,
Y al no verte, desespero.