Pensando que el camino iba derecho,
Vine a parar en tanta desventura,
Que imaginar no puedo, aun con locura,
Algo de que esté un rato satisfecho.
El ancho campo me parece estrecho,
La noche clara para mí es espera,
La dulce compañía amarga y dura,
Y duro campo de verdor el lecho.
Del sueño, si hay alguno, aquella parte,
Sola que es ser imagen de la muerte,
Se aviene con el alma fatigada.
En fin que, como quiera, estoy de suerte.
Que juzgo ya por hora menos fuerte,
Aunque en ella me vi, la que es pasada.
En tanto de tu rosa y de azucena,
Se muestra el color en vuestro gesto,
Y que vuestro mirar ardiente, honesto,
Con clara luz la tempestad serena;
Y en tanto que el latir que en la vena,
Del oro se escogió, con vuelo presto.
Por el hermoso cuello, blanco, enhiesto,
El viento mueve, esparce y desordena:
Coged de vuestra alegre primavera,
El dulce fruto antes que el tiempo airado,
Cubra de nieve la hermosa cumbre.
Marchitará la rosa el viento helado,
Todo lo madura la edad ligera,
Por no hacer mudanza en tu costumbre.