Tu mirada entintada me abruma.
Un loco soñador soy,
un hidalgo desamparado.
En tu boca sonó mi muerte,
y ahora contigo estoy.
Un alma chata mira al cielo,
aquella que unida a mí permaneció
y que ahora sola está rezando
a aquel al que acompañó.
Ningún dolor me causaste
cuando me hiciste ver gigantes,
cuando molinos blancos eran antes.
Gracias, Miguel, y no preguntes por qué,
que una mujer me creaste,
caballo fuerte me otorgaste,
y que cuerdo me mataste.
¡Que nadie haga más lanzas punzantes,
sólo y tan sólo Miguel de Cervantes!.