El mar, de plata vieja,
tranquilo como el hombre experto,
espera en las puertas del Estrecho
la llegada segura del viento.
Viento compañero, deseado a veces,
por el cansado marinero.
Viento desolado, viento incierto,
que arrastra las nubes para ocultar
los luceros.
Viento agradable, viento suave,
que te acaricia en las tardes
de calor verdadero.
Viento fuerte, viento certero,
que a veces desespera
al navegante del Estrecho.
Viento que lanzas la melena
al viento y acaricias el rostro
de la mujer que quiero.
Viento desafortunado en el audaz
encuentro con las pateras,
que, de noche, cruzan el Estrecho.
Viento asesino, embaucador de cuerpos
arrastrados hacia la oscuridad
inmensa del profundo Océano.
Viento viajero, viajante
perpetuo hacia otros lugares
del sin par universo.
Viento que empuja las velas
o desolas las calles como en el desierto.
Viento de Levante, viento de Poniente,
Vientos, en definitiva, del Estrecho