Eras trigo y pan, canto profundo desde el alma de cada día, risas cómplices y lágrimas compartidas, sencillez y fuerza en cada paso, eras, dulce letra mía. Caminos de filosas piedras atravesaste, desde los campos de algodón natales, a Buenos Aires. Y en todas partes, una a una las piedras quitaste. Morena hermosa, el tiempo tizno grises las sienes, mas éstas nunca se dejaron amarrar por los malos ratos, mas sí siempre por mis caricias furtivas. Fuiste viento huracanado frente a la más mínima injusticia, tu ceño fruncido tornaba temeroso al más bravío de los bravos. Digna hija de doña Silvia, fuiste honesta hasta con tu propia sombra. Tu dureza guardaba la delicadeza perenne de la orquídea. Treinta días, pasaron desde que la muerte temprana te arrebató de nuestro lado. Mas no pudo llevarse la premura de tus rosas, ni tu voz guía, ni la calidez de tus brazos. No podrá la muerte llevarse la inmortalidad de tu memoria. Trigo y pan, canto profundo desde el alma de los días, por siempre serás, madre mía. Miriam Mancini