Aquella noche
cuando paseabamos por la arboleda,
guiados por la luz del firmamento
minado de estrellas relucientes,
fue una noche muy silente,
porque hablamos
con la voz de nuestras manos,
que con sutileza se tocaban.
Las aves nocturnas
festejaron jubilosas
el advenimiento de un idilio
que sigilosamente se acercaba,
como lo hace el Astro Rey
en auroras del invierno.
Mi corazón era un campanario
anunciando la emoción que me embriagaba,
en tu corazón
sentía truenos que delataban
la exaltación de tus neuronas
rebozantes de alegría.
Nos detuvimos un instante,
los pectorales se juntaron
recostados a un guanábano,
sentimos el palpitar
que embargaba a los dos seres,
con un cúmulo de ingenuidad
confundido
con toque mágico de erotismo.
Tus luceros dilatados
me tocaban con ternura.
mi tacto sintió el escalofrío
de tu piel terciopelada,
sobresaltada
por la fogasidad de las caricias.
Cuando se juntaron nuestros labios,
se oyó solo el sonido
del suspirar de ambos almas,
que viajaban al exquisito
sociego del fuego pasional.