Postrado en el centro de una plaza,
Suplicaba por una moneda un mendigo;
Sus harapos dejaban entrever una coraza,
Que mejores epocas evocaban,
Como su unico y silente testigo.
Depronto se detuvo ante el una caleza,
Bajandose de ella una bella dama,
Que por su porte mostraba ser de la realeza;
Mas en sus suaves gestos denotaba,
Lo que solo un espiritu enaltecido proclama.
Dirigio hacia el su mirada,
Ofrendandole un Luis de Oro
Como un modesto bien para su alivio;
Mas al hacerlo se sintio ruborizada,
Pues el mendigo absorto le miraba,
Presintiendo que ella era,
La salvadora para su extravio.
Preguntole la doncella cortesmente,
El origen de su mal, al lugubre caballero,
Inquiriendo los motivos por lo que tristemente,
Alejado vivia hoy de su fuero.
A lo que el respondio :
Caballero una vez fui,
De la noble corte del Rey Arturo,
Y aun que nunca una batalla rehui;
Quince años de cruzada,
Al final para mi alma fue muy duro.
Una vez conoci una Princesa Israelita,
Cuyo dulce corazon respondia al nombre de Marian;
Y como el amor jamas del corazon se le quita,
La ame de tal manera,
Que pronto me converti en su mas fiel guardian.
Sin embargo como mi deber habia olvidado,
Por la orden fui castigado,
Y al destierro y el despojo de mis bienes,
Me vi pronto condenado.
Asi seis años he vivido,
Transitando sin rumbo de aldea en aldea;
Lejos de ella mi vida se ha consumido,
Mas solo vivo mendigando,
Reuniendo bienes, para poder volver a Judea.
La doncella solto en llanto,
Posando un suave beso en la frente del mendigo;
Cubriendole con un elegante manto,
Y al entregarle una bolsa de joyas, le dijo :
Ve y encuentra a tu amada,
Y dile que por tu amor y por tu fe,
Fue usted denuevo bendecido;
Partiendo luego en el acto..
Y nuestro caballero,
Habiendo retomado un nuevo brio.