Con que naturalidad lo dijo.
Fue para ella un comentario banal.
Siguió hablando
como si el tiempo marcara su ritmo.
Fue para mí un disparo fatal.
Seguí escuchando
como si mi vida dependiera de otro camino.
De vuelta a casa traté de dibujar un domingo sin su presencia.
Y fui capaz, mas fue ceniza
el color que pintaba las sonrisas.
Y fui capaz, digo, y fui valiente
porque sabía que la vería el siguiente.
Cada domingo que acaba
se lleva un suspiro
que de mi alma arranca su silueta
cuando a mi lado sin verme pasa.
Pero no fue una pesadilla,
aquel domingo me dijo que se iría cualquier día a compartir lo que tenía.
Que se estaba preparando
para llegado el momento
partir a ayudar a sus hermanos.
Cuatro, cinco, seis ...
Sería más real contarlos al revés,
pues cada domingo que pasa
se hace más estrecho mi camino.
A medida que su dicha se dispara
por ver cercana su marcha
mi corazón se marchita,
se asfixia, se me cala.
Se está llenando el sur
de mi reloj de arena.
Cada grano que se descuelga
arrastra otro poco
de la cordura que me queda.
Ya no me cuesta creer
que la necesitan menos que yo a ella.
Seis, cinco, cuatro ...
El montón se está haciendo enano.
Lo que antaño era un desierto
no son más que cuatro granos.
Esa es la distancia a la que me espera mi sangre fría.
Allí habré de decirle en la estación
¡ Cómete el mundo y adiós !.
Allí tendré que tragarme con decisión un,…
¡ Quédate, cómeme el corazón !.