Ese místico esplendor
de torres y minaretes
proyectados contra el cielo
a la hora de la oración,
esos bosques de cipreses
de follaje áspero, obscuro,
apuntando como dardos
a un inmenso cielo azul,
enraizados en las tumbas
de callados cementerios
perdidos entre la hierba,
bajo telones de tul.
Ese mar, como un espejo
reflejando la grandeza
de siglos de las mezquitas
de cúpulas señoriales,
esas calles fantasmales
saturadas de misterio,
de languidez oriental;
sus pintorescos bazares,
esos hombres ejemplares,
sus plátanos seculares,
cafés tranquilos, sombreados,
sus gatos aletargados,
sus balcones misteriosos
tenuemente iluminados,
sus callejones añosos
de sonoros empedrados;
¡todo eso era Estambul
en tiempos ahora olvidados!-
Eduardo Ritter Bonilla.