¡Oh, América del Sur! de ti recogeré el soplo
de tu nueva ventolina de calor elaborado,
como si tus dos mares se acoplaran
para empujar el viento que mueve iras,
ríos de vertida sangre, viejas lápidas,
cansancio, desengaños, lágrimas puras,
un viento macizo que refresca ilusiones,
que mueve corrientes explotadas,
que se advierte oscuro como la noche,
cayendo con la velocidad de una estrella,
que brillará el camino de mi hermano,
el indio, el negro, el amarillo, el blanco,
el chocolate, el crema, el rojo,
la gama de latinos, los que pescan,
cazan, viven en suburbios, subterfugios,
de estrechas calles, de faroles apagados,
sólo agua de pozo abierto y oscuro,
sin agua clara para lavar los poemas,
gama de furúnculos organizados;
los que mueren felices sin cementerio,
pulmones exentos de alegría y de lloros,
de sonrisas y esperanzas exentas,
exentos de oxígeno, vida y espacio;
chozas huecas con piso de pisadas mustias,
sin ropa para tendedero ausente,
de hijos en letargo de distantes padres,
arrabales de luna llena, de lumbre externa,
sin resplandor entre sus techos, casa oscura,
manta de papel, fogón sin mechón,
de cómodas incómodas, cocina etérea,
sin pocillo para el café ausente,
sin menestra, fruta, raíces o legumbre,
sin sopa para recoger los gases del vientre,
de rostros inmóviles y fríos, sin guiños,
y por lágrima una lagaña seca;
en ese entorno esbozo la mirada triste,
así recogeré el soplo de tu nueva ventolina,
¡Oh, América mía!