Es sábado,
no hay fiesta,
no hay pasta,
buenas y malas chicas
andarán en tacones por la calle,
maquilladas,
con bonitos conjuntos,
listas para lucirse
y ser fantasía
para algunos pobres diablos,
y probablemente el trofeo
de algún suertudo,
he estado en ambos bandos,
y ahora estoy aquí
en pijama
sumido en esta sana estupidez.
Debería estar mezclado con los borrachos,
bailando en un antro con luces de colores
parpadeando por todos lados,
apoyar los codos en la barra pegajosa,
pedirle a la camarera que llene la copa,
charlar sin sentido con alguien,
pegar voces porque sí,
ver borroso el tiempo,
celebrar la vida
haciendo eses
evitando el camino recto
y apartando señales
como si no fuese a contemplar
otro amanecer.
Creo que me gusta el bullicio,
el ruido,
el descaro,
me gusta tanto como
la soledad,
el silencio,
la mesura,
todo es compatible,
el control pleno
hace bostezar a Dios.
Un chico de 23 años
no debería escribir la noche de un sábado,
tal vez ni siquiera debería escribir,
me pregunto que pensarían
mis amigos
si leyesen esto,
hay muchas posibilidades
de que,al igual que yo,
no entendiesen nada. . .