Color de cielo tienen tus ojos.
Sabor a mieles tus labios rojos.
Olor a yerba tu piel morena,
tierna a mi tacto que goza plena-
mente al sentirla sobre mi piel,
y entre la yerba, la miel y el cielo,
como cascada cae tu pelo
engalanado por un clavel.
Cuando caminas, cuánta elegancia,
como gacela cuando en su infancia;
con qué donaire, con cuánta sal.
Maja, belleza que angelical-
mente parece que se desplaza
con ese ritmo y esa cadencia
y esa ternura y esa inocencia
que ante mis ojos son amenaza.
¡Ay, cómo y cuánto me desatinas
dulce princesa, cuando caminas!
¡Cuántos suspiros de mi alma brotan
cuando tus pasos -olas que trotan-
do van del mar en la superficie!
Son como ritmos acariciables
y salerosos por inefables!
¿Cómo no quieres que te acaricie?
¿Cómo no quieres que yo tan probo
sólo de verte me sienta bobo,
como una vaca que ve pasar
el tren y cómo no he de rogar-
te, amada mía y hasta soltarte
los perros, como dicen acá
y hasta me sienta como un maca-
co que por instinto quiere atraparte?
Y cuando escucho tu voz ¡Dios mío!
¿Nunca has oído cantar a un río
cuando entre saltos corre hacia el mar?
Si lo has oído, sabrás que tar-
de y noche arrastra entre su corriente
canciones tristes y tonadillas
que de su cauce y de sus orillas
suenan divinas, divinamente.
Amada mía: dulce princesa.
Toda la sabia naturaleza
en ti la llevas sintetizada.
Por eso es, niña, que ilusionada-
mente te acosa como un demente
esta alma mía con la esperanza
de que sin un día por fin te alcanza,
será dichosa, dichosamente.
Heriberto Bravo Bravo SS.CC