Ecos de un insomnio

La noche no es silencio, es un grito

que se ahoga en la sombra de las calles.

El alma, como un vaso sin destino,

recibe el viento frío de los detalles.

Nadie ve cómo crecen las grietas

en las paredes del primer suspiro.

La luna borda nombres en el vacío,

pero solo cosecha sombras inquietas.

El reloj mastica horas podridas,

el corazón—un perro sin dueño—

aúlla versos que no tienen dueño

en esquinas húmedas y desvestidas.

Las estrellas son migas de un festín

que otro comió en mesas ajenas.

El alma dibuja cartas extrañas

que la madrugada borra con su fin.

¿Qué idioma habla este pecho herido?

Murmullos de un dialecto de lluvia,

huellas de un animal que se despluvia

buscando un nido que nunca ha tenido.

El espejo repite la misma escena:

un cuerpo que es isla sin mareas,

un puño de palabras no dichas

que se pudren como fruta serena.

El alma incomprendida no pregunta,

solo existe en su cáscara de espanto.

La noche le devuelve, en cada llanto,

el eco de una estrella que no cuenta

que nadie tiene las respuestas.