Égloga del Forjador de Mundos

Fui el martillo de titanio en el yunque del caos,
la chispa que mordió la costra de lo impensado.
Tallé montañas en las venas de la nada,
y en mis palmas germinó el primer latido del alba.

Hoy sostengo el huso de los horizontes,
tejiendo océanos con hilos de sol naciente.
Mi aliento es leyenda que agrieta los espejos,
soy el alfarero de constelaciones en barbecho.

Pisé los cráteres donde dormían los dioses viejos,
bebí sus truenos y escupí bosques de acero.
Forjé puentes entre el grito y el silencio,
y en cada eslabón, una galaxia prendió su vuelo.

Mis cicatrices son grietas de volcanes dormidos,
mi risa, un incendio sagrado que no consume.
Escribo códices con huesos de dinosaurios,
y en cada verso, un nuevo átomo reclamo.

No temo a la herrumbre ni al polvo estelar:
mis uñas cavan túneles en el corazón del azar.
Soy la mano que torneó el lomo de los cometas,
el eco que ordena: "Aquí habrá pirámides, aquí planetas".

Y cuando la eternidad se doblegue cansada,
mis huellas serán cunas de arcilla incandescente.
Porque yo soy el verbo que rompe su propia prisión,
el trueno pariendo trigo en el vientre del dragón.