¿De donde el cieno, el agua, el río,
la escarcha del trueno demolida,
el sabor de la sal almidonada?
Todo se concentra en el presente
o el futuro de tu cuerpo.
Todo se resume en el tiempo
que es la desnudez en que te miro.
Así desnuda, en la vestimenta original de las esporas;
En el abrir de alas cuando emerges del capullo;
En la fragancia que se asoma
cuando el rayo de mañana hace aroma.
Y el mar se vuelca
por rozar la playa en que te mira.
¿En que espuma te prendiste a la marea?
¿En que demoledora ola
te subiste y aplacaste
el rugido de su vientre?
Así desnuda, porque sólo el iris
se contacta en la red de tus tejidos,
y te toca, y te abraza,
y en su natural color
se cierra para guarecerte de los vientos.
¡Ah mujer en velo!,
corola viva, pluma errante,
cristal de joya, satín de seda:
te dibuja mi sonrisa,
te olfatea la mano que no ceja de tocarte.
Eres el corazón que nace y vibra,
la campanada abierta que en el pecho
se acelera y se apena en tu pupila.
Así desnuda, eres el ave
que hormiguea las palmas de mis manos,
que revienta cada vaso capilar enardecido,
que acelera en lo eterno
el labio en la carrera incontrolable.
Y te vuelves aire, pluma, tierra, todo;
Sangre que recorre en segundos
las cavernas que me habitan.
Así desnuda,
no hay penumbra que detenga el grito mío,
no hay boca que se apague bajo
el estruendo de un gemido,
no existe labio alguno
que se olvide en el suspiro,
no hay parte tuya
que no asimile como mía.
En tu desnudez no hay tiempo,
ni espacio, ni infinita limitante.
Sólo el sueño de mi mente
y el encanto de tenerte.
Salvador Pliego