El Amor Verdadero

No es el amor que late en la ilusión efímera,
ni el fuego vano que el deseo enciende fugaz;
no es el rumor de una canción pasajera,
sino el silencio donde el alma se hace luz.

Es aquel que nace no solo del deseo,
sino del conocimiento íntimo del otro,
de esa mirada que ve más allá del velo,
y en la herida encuentra un templo: lo santo y lo roto.

Este amor no se impone como un rayo divino,
ni cae desde el cielo como don fortuito;
más bien se labra con manos pacientes,
en el barro oscuro de lo cotidiano y sentido.

Es decisión firme entre dos almas libres,
una promesa que el tiempo no borra.
Se cultiva en el surco de las palabras justas,
y florece en el abono de la espera.

Ama incluso cuando el corazón duda,
cuando la sombra parece vencer al sol.
Porque sabe que el amor no es posesión,
sino presencia constante, fe sin clamor.

En su seno habitan el perdón y la verdad,
el respeto profundo por el misterio ajeno.
No exige ni consume, más bien acoge,
y en la entrega halla su pleno contenido.

Es maestro y discípulo a la vez,
enseña a vivir desde el centro del ser.
Construye puentes sobre los abismos,
y en la tormenta aprende a sostener.

Este amor no teme al paso del tiempo,
porque no se aferra a la juventud caduca.
Ve más allá del cuerpo y sus estaciones,
y ama en el espíritu, pura y profundamente.

Es fuente de sabiduría callada,
fuente de vida que mana sin cesar.
No se mide en días o juramentos,
se cuenta en actos de gracia y de paz.

Por eso, si buscas este amor,
no vayas tras la llama que se apaga.
Busca el aire que da vida al fuego,
la tierra fértil que guarda la semilla.

Que el amor verdadero no te encuentre vacío,
sino preparado para dar y recibir.
Porque no es solo un sentir o un destino,
es el sendero mismo por el cual decidimos vivir.