El el limbo sin nombre

Aquí estoy, en la línea que no se ve,

entre el sueño y el insomnio,

entre el aire que respiro y el que me ahoga.

No sé qué me sostiene,

ni qué me arrastra.

Soy un barco sin mar,

un reloj detenido en la hora equivocada,

una pregunta sin boca que la formule.

Estoy cansado, pero no de andar,

sino de cargar con algo invisible,

pesado como una sombra ajena

que me sigue sin permiso.

Ansioso, sí, pero ¿de qué?

No tengo nombre para este deseo,

ni mapa para esta huida.

Solo siento que algo falta

y no sé siquiera qué es.

Es como si el mundo siguiera su ritmo,

los pájaros cantaran igual,

las calles se llenaran de gente,

mientras yo, desde adentro,

me deshago en preguntas calladas.

¿Dónde quedó la luz que alguna vez tuve?

¿A quién le pregunto por mi paz perdida?

Me miro las manos y no reconozco mi cuerpo.

Estoy aquí, pero también ausente.

Como si vivir fuera una costumbre

que ya no recuerdo cómo usar.

Quisiera gritar, pero no tengo voz.

Quisiera llorar, pero no tengo lágrimas.

Quisiera dormir y no despertar,

o al menos despertar diferente.

Este limbo no tiene puerta ni ventanas.

Ni principio ni final claro.

Es solo el peso del hoy repetido,

sin promesa ni consuelo.

Pero aún así, enciendo cada mañana

como una vela temblorosa,

esperando que algo cambie,

aunque no sepa bien qué.

Porque mientras exista este suspiro,

habrá esperanza,

aunque sea mínima,

como una estrella en el cielo más oscuro.

Y aunque hoy no tenga fuerzas,

ni razones, ni respuestas,

sigo aquí:

vivo, pero herido.

Cansado, pero luchando.

Ansioso, pero resistiendo.

Porque a veces,

ser humano es eso:

seguir a pesar del silencio del alma.