El Ocaso de la Razón

En los altares del asfalto ardiente,

donde las máquinas vomitan su ruido,

 yacen las Musas, de versos encadenadas,

con las alas rotas por el olvido.

La lira de oro que un día cantara 

al éxtasis del sol y al vuelo del mito, 

la quebró el hambre de un siglo sin piedad,

y ahora la sabiduría es un prostíbulo escrito.

Minerva, grave, su escudo ha desprendido: 

su olivo se marchita entre cifras y humo. 

El búho sagrado, que dictó los enigmas, 

lo apedrea el vulgo con risas de consumo. 

Las masas beben de pantallas y espejos,

panem et circenses en templos de plástico,

mientras el verso del poeta que sueña

se ahoga en el charco de un mundo elástico.

El sabio, vestido de sombra y silencio,

errante fantasma en el metro que avanza,

guarda en sus ojos constelaciones muertas

y en sus metáforas, la eterna tardanza.

¡Oh, civilización de luces sin alma,

que escupe al genio y corona al necio!

Tu progreso es un dios con pies de barro

que baila en el filo de un tiempo estrecho.

¿Dónde la chispa que incendió la Acrópolis?

¿Dónde el latido del Logos divino?

Hoy solo queda un mercado de eslóganes

y un corazón-máquina, frío, sin vino.

La noche cae. Las estrellas se exilian.

La Razón, desnuda, es sombra en tu puerto.

Y en tu babel de mentiras y algoritmos,

la Verdad muere presa en un circuito cerrado.