El Sentido que Tejas

La vida, en sí misma, no significa nada.
Es como el viento que sopla sin rumbo,
como el río que corre sin saber hacia dónde.
No lleva inscrito en sus venas un propósito,
ni en sus células un designio escrito.
Es fuerza, pura y ciega energía,
movimiento que se despliega
sin pregunta ni respuesta.

Pero en medio del caos indiferente del universo,
el hombre se alza como un faro solitario.
Él, diminuto grano de polvo consciente,
se pregunta: ¿para qué?
Y en esa pregunta comienza a nacer el sentido.

Porque el significado no se encuentra,
se inventa.
Se teje con los hilos de la experiencia,
con las heridas, los sueños, los amores,
los dolores y las preguntas que duelen.
Cada persona carga consigo un universo interior,
y desde allí mira al mundo y dice: esto importa.

Por eso hay tantos sentidos como corazones laten.
Para unos, la vida solo tiene valor en la familia,
en el abrazo que salva cada noche.
Para otros, en el conocimiento que trasciende,
en la obra que permanece cuando el cuerpo se va.
Hay quienes encuentran luz en el arte,
otros en la justicia,
algunos en el silencio de una montaña solitaria.

Ninguno está equivocado.
Solo son caminos distintos
hacia lo mismo:
darle forma al vacío,
llenar con color el lienzo blanco del existir.

Y tal vez ahí radique la grandeza del ser humano:
no en recibir un sentido ya dado,
sino en la libertad terrible y hermosa
de crearlo cada día.
Elegir por qué levantarse,
por quién luchar,
qué soñar,
a quién amar.

Así, la vida no es más que una página en blanco.
Y tú, escritor único de tu historia,
eres quien decide qué escribir.
Con tus manos temblorosas,
con tu alma partida,
con tu corazón siempre abierto al misterio,
te sientas ante el infinito…
y dices: esto soy yo.
Este es mi sentido.
Esta es mi luz en la oscuridad.