Veo que estás acostumbrada,
para tí es algo normal
y el hecho de estar casada
no perturba a tu "moral";
me has dicho de tus amantes,
esos que has tenido antes
de llegarnos a encontrar.
Y pretendes que me sume,
sin más trámite, a tu lista:
me propones una vida
clandestina en el amor;
afirmas que "soy distinto"
y que "conmigo es diferente",
que "me amas de verdad".
Pero que no te divorcias
por tus hijos y "la gente"
y que, si soy inteligente,
tu razón voy a aceptar.
Me explicaste que tu esposo
es sólo un "pobre fastidioso"
de aburrimiento mortal.
Que él ya tampoco te ama
y que comparten la cama
tan sólo para soñar
cada cual en otros brazos,
pues ya se rompió en pedazos
aquella unión conyugal,
ya no hay nada qué intentar.
Me has dicho que necesitas
en tu vida otra ilusión,
que no quieres ver marchitas
las esperanzas gratuitas
que alberga tu corazón;
que tienes todo el derecho
de desahogar tu pasión.
Pues, mujer, no estoy de acuerdo
con tu forma de pensar.
No juzgo tus circunstancias,
sólo tú sabes, de cierto,
lo que en verdad por mí sientes;
pero conmigo no cuentes
para mitigar tus ansias.
Por fortuna, yo sí observo
con diáfana claridad
tu verdadera intención,
y no basta con tu verbo
para enredar mi conciencia
y pisotear mi decencia,
secundando tu traición.
No quiero complicaciones
que me son innecesarias,
no creo en tus intenciones,
tus palabras rutinarias
y tu egoísmo vulgar.
No acepto tus condiciones,
pues yo sí sé respetar:
Respeto hacia tu marido
que, aunque me es desconocido,
no me ha hecho ningún mal
y respeto hacia mí mismo,
por lo que "no me dá igual."
No comparto tu cinismo,
para mí, tú estás muy mal.-
Eduardo Ritter Bonilla.