Cierro los ojos. Vienes.
Cierro los ojos y tu aroma me inunda. Se derrama en mi cuerpo. Y en medio de la oscuridad tus manos acarician mi piel, seda en celo.
Nadie escucha.
Puedo pronunciar tu nombre en mi tiempo solitario. Todo vuelve. Empieza. Se recicla.
Tus besos me resucitan como aquella vez…
Tus labios que se apoyan en mis labios, suavemente. Tus labios que se entibian,
que se mojan,
que entran en ebullición,
mi boca que abre su capullo y se convierte en rosa,
hambrienta rosa carnívora, rocío de saliva, leves filos de dientes con la sabiduría de no lastimar. Ay, tu boca. Y…. mi boca….
¡Ay las bocas sedientas!,
¡las bocas espléndidas!, las bocas apuradas que de pronto se hacen lentas, se detienen, esperan el encuentro, se acomodan a los latidos del corazón, se acercan más allá de las distancias, de los kilómetros perdidos. Abro los ojos. No te vayas. Quedate. Hasta que las alondras nos despierten. Te amo.