Entre al cuarto en el que estabas acostado
y me quedé mirándote:
tus ojos, cerrados, y tu pelo sobre ellos.
Dormías tranquilo.
Quise acercarme a tu lado
pero me costaba moverme,
parecía que mis piernas no respondían
y que debería limitarme a verte.
Pude caminar y me paré junto a tu lecho,
estabas en paz, se notaba;
pero de repente empecé a extrañarte.
"Despierta", te dije junto a tu oido,
pero no me escuchaste.
Acaso tu sueño haya sido muy profundo.
"Despierta", repetí más fuerte,
y mis palabras resonaban en el silencio
quebrando la calma. Pero ni así las oíste.
"¡Despierta!" te gritaban mi alma y mi mente,
pero no mi garganta.
Mi voz no pudo expresar esto,
todo lo que emitió fue un profundo gemido de dolor:
me di cuenta que ya no despertarías.
Mi pecho se partió en dos,
mi cabeza comenzó a girar
y mis piernas se aflojaron, casi ni me sostenían:
ya no te despertarías.
La idea me golpeó como una cachetada,
y el gemido en mi garganta
se transformó en profundo llanto.
El dolor me consumía:
ya no te vería llegar a mi lado,
ni sentiría tus besos o tus abrazos,
ya no oiría tu voz...
Hubiera querido sacudirte,
hacer que despertaras a la fuerza,
pero no podría...
Ya no despertarías...
Agosto, 2005