EN LA MAÑANA DEL DOMINGO

En la mañana del domingo

uno se viste de apatía

y tedio

se calza con esa dejadez y desgana

que le lleva a dejar en sus pasos

 las huellas de la pereza más absoluta.

La mente, esa extraña compañera de viaje

haciendo acopio de fuerza

repasa semi aletargada

todo lo acontecido durante

el transcurso de la semana.

Hasta los perros nos miran

de igual en domingo,

buscamos ya recién levantados

en dónde dejarnos caer

para ver desfilar las horas baldías.

Oh, ha pasado el mediodía

cabizbajo, como un pajarillo

saltando caprichosamente

de rama en rama

y de árbol en árbol,

pasando de puntillas

entre los minutos…

Oh, ya la tarde va cayendo

amodorrada

ya la tarde huele a jazmín

y la mente —eterna viajera—

hace guiños

al comienzo de semana

no demasiado convencida

de querer afrontarlo.

Tañen las campanas

repicando a misa

y dejando oír su llamada

por todo el pueblo.

Oh, ya duerme el domingo

por las calles y plazas

indigente con lo puesto.

triste, ensombrecido.

El fin de semana a concluido

una vez más.