Tomaba mi café cuando llegaste
y todo se llenó de luz de pronto:
la fonda, el cielo azul, el valle, el ponto,
mi entorno que también iluminaste.
Te vi con ansiedad y me miraste.
En éxtasis quedé, si no es que tonto.
¡Quién iba a imaginarse que en Toronto,
tomándome un café me enamoraste!
Y así como de pronto apareciste
poniendo a mis tinieblas mil cerrojos,
al menos al marcharte me dejaste
la luz con la que el alma me encendiste,
la luz brillante y pura de tus ojos
por más que tú jamás lo imaginaste.
Heriberto Bravo Bravo SS.CC