Entre Algoritmos y Abrazos

Buscamos amor entre biografías de dos líneas,
donde el tacto es un swipe y el alma, un filtro.
Nos perdemos en laberintos de neón y profilácticos,
mientras el corazón aprende a latir en modo ghost.

El Grindr ilumina pantallas como velas de desesperación,
cada hola es un suspiro que se ahoga en el visto.
Nos besamos entre hashtags y músculos de mentira,
confundiendo el sudor con un sustituto de abrazos.

Hay cuerpos que son templos sin dioses,
camas que son urnas donde entierran preguntas.
Prometimos no enamorarnos en esta guerra de egos,
pero el pecho sigue abriéndose a balazos de luna.

Nos dijeron que ser libres era coleccionar amaneceres,
pero los amaneceres saben a colonia barata y sábanas frías.
El no strings attached nos ata con hilos invisibles:
cada nudo es un ¿y si alguien me querría de verdad algún día?

Vendemos sonrisas en Tinder mientras el reloj biológico
golpea las costillas con su metrónomo de soledad.
¿Cuántos selfies hay que tomar para probar que existimos?
¿Cuántos sin compromiso hasta que el compromiso sea respirar?

A veces, en el espejo del baño de algún after,
vemos al niño que soñó princesos en vez de príncipes.
Le pedimos perdón con un chupito de tequila,
y firmamos treguas con el vacío que crece en las pupilas.

Quizás el amor verdadero era otro perfil bloqueado,
un like que se hundió en el mar de algoritmos.
O tal vez somos náufragos de un océano de vidrio,
donde hasta el cariño viene con fecha de garantía.

Y seguiremos bailando en esta discoteca del deseo,
pintando soledades de glitter y fiesta light.
Porque en este mundo de cuerpos premium y almas en oferta,
el único pecado es creer que el amor no tiene download.