El Silencio Es Para Los Muertos
Abrió los grilletes
de su ataúd el muerto,
se levantó con rostro serio,
atendió personalmente
a parientes, amigos y forasteros.
Sirvió generoso
vino del bueno,
de ese que envejece
en toneles de roble y
se degusta en copas
de sentimientos.
Habló de vivencias hermosas,
recitó poemas
en idioma de sufrimientos,
sonaban claritos sus versos,
como la champaña
que burbujeaba
en las lágrimas
de quienes lo conocieron.
Cuando partes un tomate, decía,
chorrea rojita la nobleza del arado
y el cariño fraterno
de los agricultores.
En la pulpa madura
encuentras siempre
el corazón dulce
de la compañera
que se mantuvo firme
a su lado, en los malos
y dichosos años buenos.
El que vive intensamente
no muere nunca, decía,
se prolonga en los surcos
y camellones del recuerdo.
El que no desperdicia
uno solo de sus días,
regresa siempre en las
voces del viento.
Si de algo me arrepiento, decía,
es haberme quedado callado
cuando miré de frente
un amigo muerto.
Cuando yo duerma,
como lo hacen los muertos, decía,
no escucharé a nadie
si no me grita
lo que lleva dentro.
El silencio, el silencio
es para los muertos.