Gracias Padre, por ser la Madre
de todo este Universo.
Por impregnar el polvo
con tu respiración
dándole vida a toda
la creación.
Casi sin que nos demos cuenta,
como en un sueño,
nos mantienes seguros y confiados
dentro de ti,
como a niños de pecho,
escuchando el latido cadencioso
de tu corazón.
Acariciándonos con la brisa de la tarde,
humedeciendo nuestros pies en agua fresca,
haciéndonos caminar sobre la hierba,
o regalándonos un beso,
a través de una fragancia
esparcida por el viento.
Pero nosotros tus hijos
andamos demasiado preocupados
y sumergidos
en lo del sustento y la lucha por la vida
como la solemos llamar.
Y aunque el estres nos acuchille
el pensamiento y la cervical,
de verdad nos creemos
que si nos detuviéramos un momento
ya no lo podríamos lograr.
En tanto tú oculto, en algún lugar
tras las estrellas,
o desde el palpitar silencioso
de cada brizna de hierba,
sonríes y nos miras comprendiendo
nuestro lento y trabajoso despertar.