Tu, yo, y el mar. Sí, el mar. Los dos abrazados junto a la orilla, bajo el cielo azul y las gaviotas libres murmurándole a las olas que me ibas a dejar. El sol en lo alto, oculto entre nubes oteando el horizonte. Y la brisa, suave, delicada, acariciando aquel momento. Me mirabas a los ojos sin saber cómo decirme que te ibas a marchar, que me dejabas sólo, sin pensar en el mañana. Y aunque yo me lo esperaba nunca pude imaginar que me lo dirías aquella tarde cuando lloraba junto al mar. En un momento como ese, tan extraño, tan difícil de entender, no es fácil contener esa pena que te azota desde el alma hasta los pies. Y me quedé callado, con los brazos estirados, escondiendo entre mis manos esas lágrimas que nunca pude de mis pupilas contener. Y te fuiste, sí. Te vi marchar de mi lado haciendo añicos ese "Nunca jamás te dejaré" que se esparció entre las olas cuando llorábamos ya, muy lejos del mar.