Cuando me es posible de la celda escapo
al jardín del alma a recoger los versos
que suelen descender desde algún cielo,
(sé que como siempre tendré un corto tiempo...)
Correré luego a encender gran silencio,
puede ser que haya suerte, debo estarme quieto,
aguzando oídos y ojos, relajando el cuerpo...
Esperaré que acudan esos sentimientos
y abriré la talega donde guardo los versos.
Aprendí que son cual nerviosos pájaros
que bajan al suelo a buscar su alimento
y sólo se te acercan a muy pocos palmos
si te ven inmóvil, mirando y oyendo...
¡Ahí vienen! ¡Ya se acercan aquellos afectos
de amores febriles
que en las noches cómplices
las ávidas bocas bebieron mil besos!
¿Y aquella pequeña bandada de vivos recuerdos
que vuelan desde el alma
reclamando todos que el viejo cuaderno
los hile en doradas estrofas
de versos eternos?
Apurado el lápiz corre transcribiendo
detalles y notas que en pocos renglones
resistan al tiempo...
¡Espanto con ruido a los torvos halcones
de angustia y de duelo,
(porque la perdí, sé que para siempre).
No, ya no los quiero!
En las largas noches de fríos inviernos
escarbaron mi herida
en amargos desvelos!
Ya vuelvo a la celda de los diarios afanes.
¡Quién tuviera el tiempo de escribir cada día!
Volver al jardín y encender silencios
y cazar al vuelo a los fugaces versos
que tejan la trama de nuevas poesías...