Soldados a pie de lucha
escuchando estruendos
y gritos,
es la fe que se incorpora
entre la muerte
y el infinito.
Estandartes en lo alto
del cielo
y el enemigo
a lo lejos esperando
en sigilo,
la avalancha de valientes
cual espada portando
en sus hombros con frío;
crujen los dientes
aquellos terrestres soldados
que se encuentran
en juicio
de merecer la eternidad,
o simplemente de ser degollados.
Música de flautín
y tambores
sobre un viento infernal,
debajo de auroras boreales
y alrededor de un
obscuro final,
se asoma una blanca mano,
quizá de Dios
o de un ángel hermano
que ayudará
a que la muerte sea lenta
al morir en sus brazos,
pero si el enemigo
se ha de arrodillar
y empiece a caer en pedazos,
puede que la patria
ancle esa blanca mano
en el corazón
de la Tierra,
defendida por dichos soldados
que solo esperan
en su conciencia sentados,
la alarma de guerra,
aquel celestial llamado.
El cuerpo tiembla
y la única luz es lunar,
sus almas siguen rezando
por esa blanca eternidad,
y como han de merecerla
si el enemigo aun sigue en pie,
se pregunta
el ejército de la Tierra,
aquel ejército del bien
con grecas de pierna
en pierna
y un sabor en la boca a miel.
Sírvanse a la batalla,
Dios y la patria están juntos
observándolos de pie.