Flor ignifuga

Nacimos en los márgenes del mapa prohibido,
con nombres que los siglos quisieron escupir.
Somos el arcoíris que mordió la tormenta,
la raíz que partió el mármol para florecer.

Nos tallaron cadenas con versos de infierno,
pero en nuestras venas corrían ríos de estrellas.
Besos perseguidos, anatomía de lucha:
cada poro un jeroglífico de piel rebelde.

No somos el pecado que grabaron en piedra,
sino el himno que brota cuando rompen la lengua.
Llevamos en los huesos el fuego de Safo,
y en las palmas, el polen de Walt Whitman.

Nuestro amor es un puño de trigo en la grieta,
un archivo de sombras que el odio no quema.
Caminamos con huellas de tinta indeleble:
"Aquí hubo labios escribiendo auroras en el paredón".

Somos los hijos del látigo que aprendió a acariciar,
la ceniza que inventó un nuevo alfabeto al caer.
Nos arrancaron páginas, pero escribimos el resto
con tatuajes de orgullo y uñas color turquesa.

Hoy levantamos altares donde hubo heridas,
tejemos banderas con sudor de los armarios rotos.
Nuestra dignidad es un bosque de manos alzadas:
cada dedo, un relámpago; cada palma, patria.

Y si vuelven a gritar que el mundo se acaba,
sabremos que es mentira: llevamos siglos creándolo.
Porque el amor que nombran con miedo y cuchillo,
es la semilla eterna. Y nadie podrá arrancarla.