Ella muda de su palabra
recita los versos que son pasas de higo,
los deja escuálidos en sus labios.
Hasta el torrente de estrellas conspira,
es solo su dulzura.
Dulzura que se olvidaron de ver,
que entre periódicos de ayer seca al suelo,
deforma huecos por tapar.
Es arremolinada,
sacudida con el polvo suburbano.
Mete ruidos desde el monobloque,
lo derrumba sin aparejar las entrañas.
Ella es parte de la magia
cuando de suspiros se esconde,
los deja guachos.
Hasta de su sexo se retrae,
lo muerde y lo escupe.
Es tan princesa, de las de en serio,
que degüella a su humanidad.
Juega y separa, tapa al ojo llorón,
lo tiñe de negro,
le da camino y sueña,
sueña con lo que no fue, es
porque debía de ser.
Las voces le trinan al oído,
ya no sabe a quien escuchar.
La llevan, la traen y no la devuelven.
Sin embargo todo sigue igual.
Ausente de su maravilla que envuelve la pañoleta,
la consume a fuego,
lo desfigura para tornearla alelí.
Los gramos del cambio se miden al fenecer,
flor a flor.
Se fuga al más,
sus ojos la delatan,
y no hay pasajeros en su vuelo de alondra,
tampoco paradas al servicio.
Ella no posee escalas
y el arribo es continuo.
Gacetilla de pliegues por dorar,
un solo bordado en su indumentaria.
Atraviesa los campos infértiles para abonarlos,
humus y semillas deja por estela,
todo se da a la expectativa, y mi amada es paciente.
Pequeños golpes la despiertan,
son las alas de las aves en su lecho.
El rubor es natural, manzana,
prepara el desayuno y lo lleva al camastro.
Por la ventana entran las plumas,
cojín se arma en un bostezo.
Granaderos hacen fila en guardia,
retacan los pies de plomo,
esgrimen consonantes en los bares de aprendices,
se los lleva el viento.
Camisón marrón claro,
de tierra con alfombra cordillerana,
ojos oscuros en mi consuelo.
Pecho de adolescente que delira,
frutilla que se revienta de madura.
Es mi amada, es paciente.