LA PRINCESA DE HIELO.-
Pereza en mis pestañas
y en mi estilográfica veneciana,
contemplando el ocaso tedioso
desde mi ventana.
Iré, llego y me fui
por donde, lentamente,
me aproximé.
Escapándome. Cuestionándome.
Sin saber por qué.
Como huidizo escorpión herido,
rodeado por las brasas
de las aguas del ayer:
Efímeras y macilentas promesas
de un nostálgico tamborilero
que queda sin palabras
ni charanga ni pasión.
Simplemente un adiós.
Un adiós de la constelación
bucólica de tu boca,
educada con esmero.
Y las nubes arquean sus algodones,
como si fueses una princesa
que vaga dulcemente
con su turquesa y sus camafeos.
Así, en el triángulo del minuto presente,
me di cuenta que la vida iba en serio.
Así, me transfiguré
en el escorpión de la princesa de hielo.