Hogar

La tarde va cerrando sus ojos. Las golondrinas ojean desde los cables de las torres de luz el árbol que les brindará cama antes de que la luz del sol las deje de mirar. Las farolas encienden sus pupilas siguiendo el ritual marcado por las sombras que llegan presurosas.

En el jardín las flores se van adormeciendo al son del canto de las ranas de la charca que revive a dos pasos de allí, mientras del patio trasero surge un mimoso ronroneo, Romeo, el gato más travieso del pueblo, se interna en la maleza y se dispone a cazar.

- Abuela, abuela! - repite una voz ansiosa dentro de la casa- por favor, cuéntanos una de tus divertidas historias antes de que lleguen nuestros padres y nos lleven a casa.

La abuela se dirige al salón, mira de reojo al “cuentista” y, esbozando una sonrisa, llama al resto de sus nietos que inmediatamente se sientan en el suelo esperando expectantes que la abuela comience su relato. Es la escena de cada domingo, cuando el reloj se va acercando lastimosamente a las ocho y media, hora en la que los pequeños se tienen que marchar.

La abuela se sienta en su sillón mientras los ojos de sus once nietos la devoran ansiosos, esperando que de su boca comience a salir una asombrosa historia digna del mejor escritor.

Y entonces ella, mirando con cariño a cada uno de sus nietos, comienza a contar una nueva pero vieja leyenda, navegando con detalle entre lo imaginado y la realidad. Siempre supo darle la vuelta al lado no tan amable de la vida y hacer de ello una gran historia para contar.

Se abre la puerta de la calle y el más pequeño se asoma. Respira aliviado, es el abuelo que llega de dar su paseo diario. Entra en el salón y se sienta en el sillón que está al lado de la abuela y, como un niño más, se dispone a escuchar.

El salón se inunda de héroes y heroínas con nombres comunes, de blancos corceles, de canciones de escuela, de campesinas que vivieron felices...

A lo lejos se escucha el sonido del tren, atravesando el valle con su medido baile sobre las vías gastadas.

El domingo prepara su “hasta luego” con un guiño a su luna que luce coqueta entre una nube y, mientras afuera la noche se apodera de todo, dentro las risas encienden el hogar.