Como huérfano de hospicio
a mi ventana asomo
para ver que van cayendo
blancos copos silenciosos.
Algunos vienen a verme,
otros, más huraños, siguen
su trayectoria sin dueño
donde mueren amablemente
al súbito beso del suelo.
¿De qué planeta vinisteis,
pequeños duendes albinos?
Y si pudiera escuchar
la silenciosa respuesta
seguramente me hablaría
de algún lugar remoto al norte,
donde aún viven las princesas
de hielo de nuestros sueños.
O de rincones perdidos
donde árboles sin sombra
acompañan murmurando
al caminante perdido,
mientras va hollando en la nieve
versos blancos con sus botas,
que Dios tal vez lea un día.
Me gusta vuestro planeta,
pequeños traviesos copos.
Quisiera mudarme a él,
pero hoy lo traéis a mi ventana
con un silencio de otro mundo
que, como bendito manto,
cae hermoso sobre el asfalto
y sobre el no menos duro, negro, corazón del hombre.
Si tengo que morir un día,
que sea en vuestro planeta;
lentamente, dulcemente,
como una niña cerillera,
entre este silencio y paz,
con que acariciáis la tierra.