Ese viento imperante,
me declina ilusiones, yergue la borrasca
y arrebata mis sueños;
en tanto la noche
se desvela exhausta,
y llora por tu ausencia,
aunque no te hayas ido.
Ventisca que ensombrece
el brillo de tus ojos,
lo sensual de tus labios,
tus manos tan gentiles
y me siento vacía
y maldigo la lluvia,
autor del alevoso
que me arranca el sentido.
Magnicida de tu alma,
el despreciable autócrata,
que tu aliento aniquila,
y me lanza hacia el ruedo
dónde expiro en silencio,
inundada en mi sangre,
y declamo tu nombre,
cuando el céfiro cesa.