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ITINERARIO
Por: Alonso Quintín
Tu voz se oía, delgada y fina como mi pesar,
pensaba en tu gracia, en tu fija mirada,
sentencia de dulces presagios
preámbulo de dulce aventura
Se oían los tonos del amanecer,
y tus labios dispuestos a inventar lontananzas,;
hasta vi en mi absurdo delirio
el vaivén de tu cuerpo en la neblina del pensamiento,
confuso alejarse por los laberintos de mis venas ardientes,
añorando el momento de salir ileso,
de tus labios abiertos.
Se oían los trenes, las redes eléctricas,
los pasos gigantes de las aeronaves
surcando cielos umbrosos,
creí saber de tu voz por los manantiales
y de tu corazón por un ave circuida de soles.
te vi en mi memoria,
reconstruyendo una historia,
de amores venidos de allá de los vientos
donde duermen tranquilas las tempestades.
Se agotaron mis fuerzas, pensé en ti largamente,
acariciando los mejores recuerdos,
cuando íbamos juntos a conquistar arcanos
bajo el dintel de la casa,
o en las laderas de una montaña.
Adoré las horas sublimes,
los cantos sutiles,
los pasos de un flautista invisible,
afanoso buscando melodías
por puentes de oro,
en busca del divino tesoro,
de donde regresarías,
a contarle al mundo la mágica fiesta,
de un amor infinito.
Tu voz se perdió en lontananza;
tal vez atravesó viejas heridas,
ungió de esencias mi absurda morada,
invadió mis secretas estancias
de un regocijo inefable,
pensando tal vez que volveríamos como antes
a intercambiar ideas
de viejos filósofos
o de monasterios perdidos
en inaccesibles bosques.
Tu voz, poblada de ciudades y arpegios,
de cúpulas y parques floridos,
de globos de colores y tranvías eternos,
tu voz vino a mi, de más allá del secreto
suspenso que dejan las tardes invierno;
ahora entiendo por qué lloran las flores,
cuando el colibrí se pierde en el columpio de la luz
ahora sé a qué sabe tu ausencia,
cuando me pierdo en tus recuerdos.
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