La otra tarde ni llover,
vi como se derrumbaba
una figura de cera,
entre las lágrimas del cielo,
poco a poco temblando
entre los charcos, empapada
de sudor y de las gotas
con sus ojos tiritando,
la boca en una mueca
de horror en un espasmo,
pensando y llorando,
viviendo las nubes del pasado.
Sólo con tener un hechizo
que la hiciera dormir,
quizá una botella de vino
la hiciera en su embriaguez sonreír.
Mas me bastaba con verla
tumbada con suave respiración;
deseaba que aquella irritada pulsación
se relajara en una primavera
de extraños colores,
a sus ojos de atalaya, así pudiera volver
a un bienestar, tal vez desconocido.
Sueña con mi reliquia
que ni la guerra me quitó,
piérdeme cuando quieras de vista
pero no olvides mi color.
Allá mueran mil montañas,
antes de que sufrir te vea,
a una que fue mi pequeña
aunque veneno bebiera.
Por eso coge la fiera
que horas por mi veló,
a ella no le falta experiencia
en temas de dolor.