Entre la opacidad del bronce y aciago terciopelo
deambulas en velados cristales, que reflejan lejanía
como la paradojal flor, que se apaga con el día
como la esquiva luz, que se intuye tras tu velo.
Fuiste bella, mujer, y hoy solo queda la porfía
de negar duros surcos que no engañan al espejo
esos que hacen de tus noches, arduo complejo
con ira, divagues, condena y letal melancolía
Alguna vez creíste que la imagen sería eterna
y que a la telaraña, tu desdén esquivaría
recluyendo tus dones, en hermética caverna
Esa donde por preservar serías nave no abordada
sin que la impiedad del tiempo nunca te apresaría,
quedando siempre sola, casta, virgen e intocada