Fue una tarde de mayo, por los años setentas,
cuando mi juventud apenas florecía,
cuando era natural estar siempre de fiesta,
y el dolor me era ajeno, pues no le conocía...
Fue una tarde preciosa de aquel bendito día,
solfeaba un pentagrama con tono y alegría,
cuando una luz brillante entró por mi ventana
y un viento suave y terso me rozaba la cara...
Una imagen preciosa ante mi se mostraba
con un manto celeste, largo como mis sueños,
Tenía la mirada más pura e inocente,
esa que nos conmueve para toda la vida...
La Madre de Jesús con manos extendidas
me tocó el corazón y yo hinqué mis rodillas,
me dijo que le orara, que ella siempre vendría,
y siempre que le rezo... la espero todavía...